El alcornoque
Los paisajes del corcho son los paisajes de Quercus Suber, una especie endémica de la cuenca mediterránea, concretamente de su parte más occidental. Esta especie necesita asentarse sobre suelos silícicos, como los formados por rocas graníticas y pizarras, bien aireados, que no se encharquen y recibir, como mínimo, 400 ml de precipitación anual. Tolera bien el calor pero requiere temperaturas invernales benignas, ya que no soporta demasiado las heladas. Por este motivo, se encuentra frecuentemente en tierras bajas, hasta los 800 metros de altitud, y sólo se puede elevar a cotas altas en las regiones más cálidas.
El alcornoque es un árbol de la misma familia que los robles, las encinas y los castaños: la de las Fagáceas. Es de una altura mediana, llegando como mucho a medir 25 metros de altura. Tiene una copa más bien clareada de hojas perennes, pequeñas y duras, que se ensancha si no hay árboles muy cerca o intenta elevarse buscando la luz, en formaciones más espesas. Las raíces son vigorosas, con un eje central a partir del cual, a medida que el árbol crece, se desarrollan raíces más superficiales en todas las direcciones.
Su característica más relevante, y la que le ha dado una mayor dimensión económica y social, es la gruesa corteza que lo recubre, el corcho. Por sus interesantes propiedades: elasticidad, impermeabilidad, compresibilidad, aislamiento, resistencia al fuego, ligereza, etc., el hombre lo ha utilizado para la elaboración de múltiples productos. El más emblemático de los cuales es el tapón de corcho, que supuso una auténtica revolución a partir del siglo XVII cuando Dom Pérignon descubrió el método para hacer vino espumoso. Los frutos del alcornoque son las bellotas, alimento apto para la ganadería, que se producen sobre todo durante el otoño, después que el viento haya polinizado las flores, poco vistosas, en diferentes turnos de floración.